Se puede decir que la evaluación nace en el campo de la educación y la pedagogía. En los primeros modelos de evaluación, evaluar significa “medir” las capacidades de los estudiantes de forma individual y descontextualizada. En un segundo momento, se empieza a poner la mirada sobre el currículo y los objetivos de los programas educativos. Aparecen conceptos como planificación y análisis de programa, todavía bajo una perspectiva positivista y lineal. Hacia los años 70 y en contexto norteamericano, empiezan a eclosionar los modelos evaluativos. Se introducen procedimientos de otras disciplinas de las ciencias sociales como el trabajo de campo (investigación entendida como una inmersión en un contexto, donde se relacionan diferentes actores sociales, y a la que nos acercamos con diferentes métodos de observación, recopilación de datos, interpretación, etc.). La evaluación deja de ser una mera “comprobación de resultados” para empezar a ser concebida como práctica orientada a la toma de decisiones.
En los años 80 toma relevancia el paradigma constructivista y aparecen nuevos modelos: el aprendizaje es una acción que las personas realizan a través de su experiencia y en entornos socioculturales específicos. El aprendizaje es construido, no transmitido, y prima la educación a través del descubrimiento significativo y situado. Aquí se consolida el método cualitativo en la evaluación y se tienen en cuenta la participación de las personas de forma más que como meros objetos.
Núñez (2015) ofrece este resumen histórico de modelos evaluativos propuesto por Tina Koch (2000):
- 1º generación: modelos de evaluación orientados a la medida.
- 2º generación: modelos orientados a la consecución de los objetivos del programa.
- 3º generación: modelos de evaluación basados en el procedimiento de validación de jueces.
- 4º generación: modelos de evaluación diseñados a partir de los procesos de negociación.
Los modelos de 4º generación entienden la evaluación como un proceso sociopolítico, colaborativo, emergente y creador de realidades. La evaluación deja de tener una proyección únicamente cuantitativa y se empapa de teorías sociales más complejas. Hay una tendencia más reflexiva que se interroga los fines últimos de la evaluación y cómo se relaciona con las instituciones y con el mercado.
Tina Koch (2000) define los modelos de cuarta generación como “idealemente, una metodología que posibilita la inclusión, la implicación, cooperación y negociación en el entorno, que aspira a llegar a todas las personas afectadas (a las que va dirigida la intervención, las destinatarias)”. Mientras que los modelos de primera, segunda y tercera generación están orientados a la medida, a los objetivos y al juicio de los evaluadores, los de cuarta generación se guían por el paradigma constructivista. El acercamiento a la realidad se produce a través de una negociación donde se acepta que los participantes tienen una versión propia de la realidad: se construye una versión común sin invalidar ningún punto de vista.
Koch, T. (2000) "Having a say: negotiation in fourth-generation evaluation", Journal of Advanced Nursing, 31(1), 117-125.
Núñez, H. (2015) Evaluación participativa en la acción comunitaria, Madrid, Editorial Popular.
Rebollo, O. Morales, E. González, S. Institut de Govern i Polítiques Públiques (IGOP) — Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), (2016) Guía Operativa de Evaluación de la Acción Comunitaria, IGOP, UAB, Barcelona.
Sida Studi (2010) "Capacitando a las ONG, mejorando la prevención del VIH", Barcelona. Consultable aquí.
Simó Solsona, Montserrat (2012) L’avaluació de programes socials en polítiques de regeneració urbana: el cas del Servei Socioeducatiu L’Albada (Lleida), en el marc de la Llei de barris. Tesis doctoral, Universitat de Barcelona.